Monday, November 13, 2006


Entrevista El Diario Vasco • Sección Gente de Palabra
por Álvaro Bermejo


Durante años Julio Murillo estuvo al frente de la edición española de la revista Playboy. De pronto, irrumpe con una primera (extraordinaria) novela sobre la caída de Constantinopla, donde se cruzan historia, esoterismo, filosofía y hasta lecciones de alquimia. ¿ Cómo se explica semejante transmutación?

Como periodista me ha tocado lidiar con todo tipo de trabajos. Para mí, ése fue uno más. Curiosamente, también me las he visto con revistas infantiles, técnicas o de información general. Pero lo que siempre había deseado es escribir. La historia, la filosofía, la mística y el esoterismo son algunas de las áreas que siempre me han fascinado.

La novela comienza con el avance de “Basilisco”, el mítico supercañón del sultán Mohamed II hacia Bizancio. En aquel 1450, ¿el Islam sí que tenía armas de destrucción masiva?

En el siglo XV aparecen las primeras grandes bombardas. Y Mohamed II, el sultán, era el único que podía costear su construcción. De hecho, Urbano Messer, el ingeniero que forjó a Basilisco y otros sesenta cañones, se ofreció primero al emperador romano, Constantino XI, que, lamentablemente, no pudo pagar sus servicios. Los turcos, sí.

Pese a haber sido la capital del mundo, entonces Constantinopla vivía sus años de decadencia. Aquella legendaria “Manzana Escarlata”, ¿ admite analogías con la actual “Gran Manzana”?

Constantinopla era La Reina de las ciudades. La Ciudad. La gran capital del primer gran imperio cristiano de la historia. Al igual que Nueva York, era la joya de la corona, la polis más emblemática del planeta en su momento. La caída de Constantinopla fue, sin dudas, el 11-s de la Edad Media. Después nada volvió a ser igual.

En su tiempo de esplendor albergaba más de medio millón de habitantes, pero en 1453 apenas sumaba cincuenta mil. ¿ Cuáles fueron las causas de la decadencia?

Un progresivo empobrecimiento, pérdida de territorios y poder económico, enfermedades y plagas. Pero sobre todo, lo que marcó el declive de Constantinopla fue el expolio salvaje de la cuarta cruzada en 1.204… ¡La gran ciudad cristiana saqueada por cristianos!

No obstante, siendo tan pocos, ¿cómo pudieron resistir tanto tiempo al formidable ejército de Mohamed II, que alineaba más de cien mil hombres?

Resistieron 52 días. Luchaban con verdadera desesperación. Siete mil griegos y latinos defendían los muros. Eran pocos, pero aguerridos y bien pertrechados. La población civil ayudaba cada día a reparar las murallas. Y mantenían la esperanza de que Occidente acudiría en su auxilio.

Más que en sus gruesas murallas, los bizantinos confiaban en el poder de sus talismanes. Uno, el “Mandilyon” que guardaba el rostro de Cristo, desapareció años antes. El otro, su legendaria “Lacrima Dei”, ¿ existió realmente?

Constantinopla, antes del saqueo de los cruzados, llegó a albergar más de 4.000 reliquias preciosas. El manto de la virgen, paseado por las murallas, en un asedio anterior, salvó a la capital. Los bizantinos creían profundamente en la Divina Providencia. Su convicción religiosa era impresionante. La Lacrima Dei, la Lágrima de Karseb, no existió.

El Sello de Salomón también es una estrella de seis puntas. Su simbología, ¿ es comparable?

Cuando imaginé la parte de ficción de mi novela –esas lágrimas vertidas por Dios ante la sinrazón de sus hijos–, pensé que la Lacrima Dei debía ser similar al Sello de Salomón, un símbolo inmensamente esotérico, compuesto por dos triángulos que se solapan: “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba” dice el principio hermético. Son comparables.

Un médico francés residente en Toledo viaja a Constantinopla en vísperas del desastre. Allí conocerá a un muchacho que será su aprendiz. Esto, ¿no suena un poco a El nombre de la Rosa?

Es posible. La obra de Eco es una gran novela. Y aunque yo no la tenía en la trastienda de mis pensamientos cuando modelé a mis personajes, tal vez su influjo afloró inevitablemente. Pero las historias de maestros y discípulos siempre me han gustado: están presentes en el budismo zen y en todas las tradiciones y corrientes filosóficas.

Con el ruido de fondo de las batallas diarias entre invasores y defensores de la ciudad, el maestro y su aprendiz libran otra batalla. ¿Qué se dirime en ella?

El médico de mi novela, que es un iniciado y un adelantado a su tiempo, apuesta por la mística del corazón. Es un neo platónico, un idealista. Stelios, pese a ser griego, no está muy lejos de los célebres pilletes de nuestra literatura. Él es el “bien por venir” y Bernard será, en su camino, el catalizador, la piedra angular en su evolución como ser humano.

“Es erróneo creer en fetiches”, afirma su médico, “Dios no tiene rostro, o mejor dicho, lo tiene: todo lo que ves es Él”. Afirmar esto en aquella época, ¿no suponía una grave herejía?

Una afirmación de este tipo no es exactamente una herejía. La idea de que todo lo visible es, en su diversidad, parte del Uno, es platonismo o filosofía hermética. Y las obras de Hermes Trismegisto gozaron de gran prédica entre los doctores de la iglesia en los primeros siglos del cristianismo.

Y de entonces a hoy, ¿ donde encuentra usted las herejías más convincentes o, en su defecto, las más sugerentes?

Estando como estamos inmersos en un “pensamiento único”, basado en el materialismo desaforado y la pérdida de ideas, la mayor herejía en nuestros días es la apostasía interior; el abjurar del consumo, las mentiras que nos cuentan cada día, la manipulación de la publicidad. Creo que ser hereje implica negarse a ser estúpido y luchar por la lucidez.

Desde mucho antes de entonces, todas las civilizaciones que han poblado la Tierra se han cimentado en un principio trascendente, salvo la nuestra. Las Lágrimas de Karseb, ¿lloran por nosotros?

En mi novela, Karseb llora por el “hermano enfrentado al hermano”, “por los miserables que os conducirán a la guerra”, “por elevar altares a un falso Dios”. La metáfora acerca del llanto de Dios es preciosa, pero ignoro si el Principio Inteligente que sustenta la vida deplora lo que hacemos con ella. Tal vez emplea el llanto de los que sufren para manifestarse.

No obstante, a diferencia de entonces que vivían entre guerras continuas, hoy vivimos uno de los mayores períodos de paz en toda la Historia. ¿ Las profecías se equivocan?

Las guerras de nuestro tiempo son ladinas y se dirimen en otros campos de batalla…bancos, multinacionales, centros de poder. Vivimos una paz que me parece ficticia, basada en la aquiescencia de la gente, en el silencio de las masas. El mundo es un ser vivo y frágil. Pero en el sueño de la conciencia nos entretienen con basura televisiva. Narcosis para todos.

Entonces y ante la amenaza de Mohamed II, el emperador Constantino abogó por la reconciliación con Roma e instituyó misas en latín, esperando la ayuda del Papa. ¿Por qué los cristianos no ayudaron a los cristianos?

Francia e Inglaterra estaban agotadas tras la Guerra de los Cien años, y los estados que tenían fuertes intereses comerciales en la zona –Venecia– reaccionaron tarde y mal. No pensaban que una ciudad así, dotada de triple muralla, pudiera caer. En nuestros días los tiempos de reacción son menores, las noticias vuelan. Recordemos la Primera Guerra del Golfo.

Desde entonces, Europa, ¿ vive siempre esperando a los bárbaros?

Europa, pese a su apuesta por la cultura, pese a ser el mejor de los lugares posibles, vive en decadencia. Nos está pasando lo que le pasó al Imperio Romano de Occidente. La opulencia y la comodidad, en algún sentido, son malas compañeras de viaje. En ese laissez faire plácido –y que el trabajo enojoso lo hagan otros– estamos perdiendo parte de nuestra identidad.

El 11-S, los aviones de Osama Bin Laden, ¿derribaron una versión contemporánea de la basílica de Santa Sofía?

La basílica de Haghia Sofia, el Templo de la Sagrada Sabiduría, era un monumento al Espíritu; las Torres Gemelas eran símbolo y templo del materialismo desatado. Hemos sustituido a Dios, al Conocimiento, a la reflexión, por un billete de dólar. Y en el colmo del cinismo estampamos en él ese: “In God we trust”. En Dios confiamos… ¡tremendo!

Apenas cincuenta años después de la caída del Imperio Romano de Oriente, Cristóbal Colón descubrirá un mundo nuevo. ¿Qué nuevos mundos nos quedan por descubrir en este siglo XXI?

Los interiores. Hemos pasado del dogmatismo al pragmatismo. Nos queda la espiritualidad, la ética personal, la mística individual, por explorar. Alguien dijo que el tercer milenio sería espiritual o no sería. Yo lo creo. El mundo se ha convertido en una carrera de locos inconscientes…

En la España de entonces convivían más o menos pacíficamente las tres culturas del Libro. Las identidades religiosas de entonces, ¿ son equiparables a las ( identidades ) autonómicas de hoy?

¿Estados federales judíos, cristianos y musulmanes organizados asimétricamente y libremente asociados? Perdón, es una broma. Me gusta mucho bromear. Lo que es importante en lo referido a autonomías es saber entendernos, hermanarnos, apoyarnos. La paz no es un camino, es la respuesta primera y última.

“Un mago es un hombre que ha dejado de pedir cosas mirando al cielo con el corazón cerrado, y ha empezado a hacer cosas abriendo su corazón”. Su protagonista es un verdadero sabio. ¿Dónde podemos encontrar hoy maestros semejantes?

Todos poseemos grandes dosis de sabiduría. Todos somos maestros y aprendices a un tiempo. Todo el mundo tiene una gran historia o vivencia que contar. Lo importante es volver a conectar con esa vocecilla interior que el ruido del mundo no nos permite oír.

Entre el secreto y la traición, entre la ideología y los sentimientos. De estos cuatro sustantivos, tan decisivos en su novela, ¿qué juego le obsesiona especialmente?

Lucho por no obsesionarme con nada. La obsesión crea monstruos mentales. Pero de lo citado me interesan los sentimientos. Si logramos observar esa amalgama emocional y sublimar lo no deseable –y eso es alquimia–, crecemos como personas y no hay lugar para secretos ni traiciones y sí para ideas que nos permitan vivir dignamente y entender qué hacemos aquí.

En este umbral del siglo XXI y de la globalización, ¿quedan utopías por las que merezca la pena luchar, incluso individualmente?

Absolutamente sí. Luchar por lo utópico nos mantiene despiertos, nos permite brillar y despertar conciencia. Y la conciencia es la revolución última, el umbral definitivo en la escalera de la evolución.

EN POCAS PALABRAS...

ME GUSTA escuchar música y leer, son mis dos grandes pasiones.
DETESTO la prepotencia y la insolidaridad, la vanidad y el oropel.
ME ENCANTA la jardinería; me relaja mucho. También el buen cine.
ABORREZCO los concursos televisivos y el mal uso de la lengua.
ME FASCINA el proceso creativo que se desencadena al escribir.
ME PIERDE esa merluza a la vasca de Fátima Frutos, poetisa donostiarra.
ME GANA cualquier cosa hecha con el corazón, de forma espontánea.
ME PONE ver lo guapas que están las mujeres al llegar la primavera.
ME INDISPONE la política y sus protagonistas mediocres, ¡Qué cruz!
ME INDIGNA lo que estamos haciendo con el mundo, un gran jardín.
ME DEJA FRÍO el fútbol y la competición en general. Prefiero pasear.
ME CALIENTA la especulación, la ambición desmedida, la sinrazón.
ME PERTURBA el hecho de morirme dejando cosas por hacer o decir.
ME ATURDE el vértigo de este mundo de usar y tirar. Soy espartano.
ME CONFUNDE ver cómo se erigen altares y se aplaude a los cretinos.
ME INFUNDE ánimo la bondad natural de la gente. La gente es lo mejor.
ME ATERRA que no haya responsables últimos de este desaguisado.
ME ENAMORA la sonrisa de mi hija Julia, no la cambio por nada.
ME REPELE la poca consistencia intelectual de los famosos.
ME SEDUCE el silencio, sumergirme en mis sueños y pensamientos.

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